jueves, 23 de abril de 2009

El Señor es mi luz y mi salvación

Salmo 27


El Señor es mi luz y mi salvación


Una gran melodía recorre todo el salmo 27:
"No tengas miedo, yo estoy contigo".
Este es el resumen del salmo 27.
El salmista entra en escena airoso y triunfal,
lanzando desafíos en todas las direcciones,
con metáforas cada vez más brillantes.
¿Cómo se llama esto? San Pablo llama "gloriosa libertad".
Pero no tenemos una palabra que sintetice
esta acción liberadora de Dios.
En el fondo de esa liberación está,
como contenido vital, la ausencia del miedo.
"No tengas miedo".

Pero esta expresión negativa encierra riquezas positivas como seguridad, paz, alegría.
A todo lo cual llamamos "liberación interior".
La Biblia repite una y otra vez:
"Yo estoy contigo. No tengas miedo".
A primera vista la causa que produce un efecto
es la Presencia divina.
"Yo estoy contigo".
Y el efecto producido es la remoción del miedo:
"No tengas miedo".
Hay, pues, una relación de causa a efecto.
Esta es la raíz de la explicación que está en el fondo
del salmo 27 y de unos quince salmos más de liberación.
Pero lo que Dios ataca y destruye no es el miedo
sino la madre del miedo: la soledad.
En el fondo de la tragedia está siempre la soledad
o el sentirse solo.
Y esto, a su vez, equivale a sentirse desvalido, impotente.
Y esta sensación, a su vez, produce un estado de incertidumbre e inseguridad que llamamos miedo.
¿En qué sentido Dios destroza esta cadena?
Por cierto, no lo hace mágicamente.
Se presupone que siempre hay una fuerte experiencia
de Dios, de otra manera es difícil comprender
cómo puede haber personas piadosas
que viven muertas de miedo.
Probablemente es porque no hay propiamente
una verdadera experiencia de Dios.
Digo, pues, que se presupone que los primeros versículos
del salmo 27 están en forma condicional:
"Si el Señor es mi luz y mi salvación,
cuando el Señor sea verdaderamente
la defensa de mi vida,
cuando yo experimente vivamente que Tú estás conmigo,
que si eres todopoderoso eres también todoamoroso.
Tú me pueblas y me habitas,
eres el fundamento de mi ser,
esencia de mi existencia,
vida de mi vida y alma de mi alma,
sin Ti yo vendría verticalmente a la nada porque en este momento me estás dando a luz a la existencia.
Tú me sostienes... si verdaderamente
Tú eres la ternura de mi vida y mi fuerza
y mi libertad y mi bien y mi todo,
ahora decidme ¿miedo a qué?
Si Tú estás conmigo ¿quién contra mí?
¿Qué puede hacerme el hombre?"
El miedo desaparece porque la soledad
queda poblada por la Presencia.
Y entonces el hombre participa
de la omnipotencia de Dios:
"Si Tú, Dios mío, eres omnipotente y Tú estás conmigo lógicamente yo soy hijo de la Omnipotencia".
Por consiguiente, ni las tribulaciones, ni las angustias,
ni las persecuciones, ni las mentiras, ni las calumnias,
ni un ejercito entero, ni las fuerzas de la muerte,
podrán arredrarme.
Y este sentimiento de omnipotencia va acompañado
de una sensación de seguridad y alegría.

Y no es que los enemigos hayan sido fulminados
por un rayo o pasados a espada,
al contrario, están ahí, insolentes y disparando,
pero el salmista se siente de tal manera
arropado por la Presencia divina,
y de tal manera inmune e invencible,
que no siente miedo por nada,
nada lo hiere, nada le molesta,
y se siente ampliamente libre.
No se trata, pues, de una situación objetiva,
como si los enemigos hubieran sido abatidos,
sino de una sensación subjetiva,
de libertad gloriosa acompañada de gozo y paz.
Este es el análisis último
y contenido vital del salmo 27
y de otros tantos salmos de liberación.
Los enemigos existen, pues,
tanto cuanto existen en mi mente,
son un producto de mi mente,
y es el miedo quien los engendra.
Ahora bien, si el miedo es removido
desaparecen los enemigos.
No del frente de batalla sino de tu mente,
y entonces el hombre viene a sentirse
como si los males y las desgracias de la vida no existieran, y de ahí la sensación de libertad.
"Aunque se levanten contra mí
los resentidos de siempre para devorarme vivo, cuando me vean inmune a sus arrogancia,
ellos, adversarios y enemigos,
tropiezan y caen"
Son ellos los que se sentirán derrotados.
"Aunque un ejercito entero
acampe frente a mi casa
y me declare la guerra no me importa nada,
me siento seguro"
"En el día del peligro, es decir,
cuando me ronde la desdicha,
cuando toquen a mi puerta la incomprensión
y la soledad, el desprestigio o la enfermedad,
el Señor me protegerá en su tienda"
El Padre no tiene tiendas ni refugios.
Él mismo es la cabaña de refugio.
El problema es que yo me refugie en sus Manos.
Y continúa el versículo 5:
"Me esconderá en lo más
escondido de su Morada".
Pero Dios tampoco tiene escondites,
otra vez el problema está en mí,
soy yo quien tiene que
buscar refugio bajo sus alas, esconderme envolviéndome con el manto de su Presencia,
"y me protegerá contra las saetas".
"Me alzará sobre la roca"
El Padre tampoco tiene roca alguna.
Él es la Roca, soy yo quien tiene
que encaramarse sobre esa Roca
y ponerme fuera del alcance
de los dardos envenenados.
"Y levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca"
que quiere decir: si los enemigos,
sean personas, acontecimientos o elementos adversos de la naturaleza, se hacen presentes
y me amenazan y me disparan...,
pero como yo soy invulnerable,
porque estoy arropado de un abrigo anti-balas
que es mi Dios Todopoderoso,
entonces no pueden hacerme daño alguno,
de manera que la victoria es mía,
lo que equivale a quedarme
con la cabeza levantada por encima de mis enemigos.
"En su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación, cantaré y tocaré para mi Dios"
No podía ser de otra manera.
Una gesta de liberación acaba siempre
en un himno de liberación.
Aquel que ha experimentado algo no podrá callar.
El salmista, sintiéndose libre y feliz,
necesita explotar, en danza y música,
y en adelante su vida será canto y alabanza
para el gran libertador.
Tenemos, pues, al salmista transformado
en un testigo de liberación.

Todo lo que hemos dicho hasta ahora
se resume en esto:
"No tengas miedo".
Y lo que va a decir el salmo de ahora en adelante
se resume en esto otro:
"Yo estoy contigo",
bajo la expresión bíblica de "Rostro".

Premeditadamente nos hemos saltado
el versículo 4, porque por su contenido
a este versículo le corresponde estar
en la segunda parte.
Si todo lo dicho es verdad,
si el Dios vivo y vivido en la interioridad,
es la fuente de toda libertad,
entonces concluyamos:
una sola cosa vale, una sola cosa importa,
una sola cosa pediré y buscaré
por todos los días de mi vida,
"habitar en la Casa del Señor"
Este "habitar" en su templo hay que entenderlo
en un sentido espiritual,
vivir en la Presencia del Señor, cultivar su amistad, "gozar de la dulzura del Señor"
Es decir, experimentar la predilección del Padre, cultivar incesantemente la relación personal
con mi Dios.
"Oigo en mi corazón: buscad mi Rostro.
Tu Rostro buscaré.
Señor, no me escondas tu Rostro"
Dios no tiene rostro.
Este término, tan repetido
desde los días de Moisés,
hace referencia al Dios personal, vivo y verdadero,
a Dios mismo percibido en la fe y en la oración.
Eso es "Rostro".
Volvemos a insistir: Dios será el vencedor
de la soledad y el liberador de las angustias
en la medida en que sea el Dios viviente
en el fondo de mi conciencia.
No un Dios que sea abstracción teórica
o un juego de palabras,
sino una Persona viviente, mi Dios verdadero.
A esta realidad, por llamarla de alguna manera,
la llamamos "Rostro".
Y el salmista, sabiendo por experiencia
que ese Rostro es la mente de todo bien,
en seis ocasiones consecutivas apela a ese Rostro.
"Tu Rostro buscaré. Señor"
"No me escondas tu Rostro"
"No rechaces con ira a tu siervo"
"No me deseches"
"No me abandones"
"Aunque mi padre y mi madre,
por un imposible, me abandonaran,
el Señor me acogerá"

El salmo que comenzó con una entrada triunfal
acaba también con una salida triunfal.
"Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida"
"País de la vida" es esta vida,
oportunidad que el Padre nos da
para ser felices y hacer felices.
"Gozar de la dicha del Señor" significa vivir, simplemente vivir, ni más ni menos,
porque mucha gente no vive, agoniza entre fantasmas, miedos, angustias.
Pero ahora que el viento del Señor
barrió con todas esas negras nubes,
ahora podemos respirar, sentimos libres, felices.
Esto se llama vivir.
Tanta hermosura no podía acabar
sino con un largo y reiterado grito de esperanza. "Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor"
La vida está envuelta en peligros,
el hombre necesita refugios,
ya aprendió a no confiar
en los señores de la tierra,
por experiencia sabe que sólo salvan
el poder y la ternura del Padre.
Esta confianza deriva en seguridad interior,
y esta seguridad, a su vez,
deriva en el gozo de vivir
y en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Shalom. Felicidad.



P. Ignacio Larrañaga

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